Posteado por: josewasinger | 29 agosto, 2010

Alfonso Reyes y «La visión de Anáhuac (1519)»

Entre los historiadores precolombinos merecen ser releídos aquellos primeros aventureros que se internaron por una senda del conocimiento histórico bastante descuidada, por donde habían pasado hacía mucho tiempo cronistas y viajeros. Ya no daban testimonios de lo que veían, sino que recordaban otros tiempos recurriendo a su habilidad literaria que no simpatiza mucho con nuestra exigente mirada cientificista. Podemos nombrar a Luis Valcárcel, peruano que se inició en el movimiento folclorista cuzqueño de los años ´20 y ´30 para luego profundizar el conocimiento sobre los Inkas; Ricardo Rojas, argentino, que armó su “silabario de la decoración americana” en los años ´20, y recuperó y reescribió el drama incaico de “ollantay”; Jesús Lara, Boliviano Cochabambino, que estudió profundamente el quechua y las expresiones artísticas incaicas; Vicente Fidel López, cofundador con Bartolomé Mitre de la historiografía argentina, que en su etapa romanticista se dedicó a estudiar a los incas. Dentro de esta temprana tradición latinoamericana de recuperación de lo “precolombino” se inscribe este hermosísimo escrito la “visión de Anáhuac” o la “visión del valle central de México” de Alfonso Reyes, mexicano. Borges lo sentenció como el mejor prosista de la lengua castellana. Realmente maravilla su prodigalidad expresiva, nunca mezquina la renovación de las palabras, nunca cae en el desgaste del reciclado lingüístico. Por ello, “la visión de Anáhuac” es una bella obra literaria de contenido historiográfico. La escribió en 1915 en Madrid, en pleno momento de la guerra civil en México que se había iniciado en 1910 cuando las fuerzas revolucionarias de Madero derrocaron al dictador Porfirio Díaz, acontecimiento que provocó una ola de repercusiones sociales en todo el país desatándose uno de los conflictos sociales más drásticos de la historia mundial del siglo XX. Alfonso Reyes, lejos, desde España en contraposición a su triste presente recuperaba una imagen utópica y armónica del pasado precolombino de México en el momento de la llegada de los conquistadores. Los protagonistas del valle central de México o Anáhuac han sido sus lagos que sistemáticamente fueron disecados según Alfonso por tres monarquías desde 1449 hasta 1900, los mexicas, la corona española y por el dictador Porfirio Díaz: “De Netzahuacoyotl al segundo Luis de Velasco, y de éste a Porfirio Díaz, parece correr la consigna de secar la tierra. Nuestro siglo nos encontró todavía echando la última palada y abriendo la última zanja”. Cuando el asesinato a unos de los seres vivientes más importantes de la América precolombina estaba por culminar se produjo lo que Kusch (filósofo argentino) llamó “Fagocitación” que es la “devoración” del “estar” americano que contempla a la naturaleza viviente y convive con ella al “ser” occidental que doblega y domina a la naturaleza como objeto sin vida. En 1910 estalló la “Fagocitación” en México. Se inició el ritual de la “antropofagia” en término del artista brasilero Oswald Andrade (el Manifiesto Antropofágico, 1928) quien definió a la cultura brasilera (americana) a partir del ritual de los tupis-guaraníes en consumir la carne y la cultura del “conquistador”.
Alfonso Reyes en la “visión de Anáhuac” narró esta “fagocitación” del lago contra sus “asesinos” históricos  que se manifestó como estallido social, y que la vivió en carne propia en la ciudad de México hasta que tuvo que refugiarse en el viejo continente:
Semejante al espíritu de sus desastres, el agua vengativa espiaba de cerca a la ciudad; turbaba los sueños de aquel pueblo gracioso y cruel, barriendo sus piedras florecidas; acechaba, con ojo azul, sus torres calientes.
Cuando los creadores del desierto acababan su obra, irrumpe el espanto social
”, la revolución mexicana.

Alfonso Reyes intenta recuperar en este texto  la relación especial y armónica  de los indígenas con la naturaleza  característica del valle central de méxico  (con un paisaje parecido Castilla). Si bien Alfonso llegó a captar la importancia del rol de la contemplación de los indígenas de tan bello paisaje lacustre, lo que explica la erección de Tenochtitlán como  isla en un sitio muy poco práctico para los ingenieros aztecas, intuyó pero no alcanzó a tomar real dimensión que para los indígenas esa naturaleza tiene vida. El «estar» americano que define Kusch no es sólo contemplar a la naturaleza, sino «sentir» que tiene vida propia, voluntad propia y por tanto sus caprichos y deseos de ser «cuidada». Alfonso Reyes  lo intuyó sólo cuando habla del lago que se «fagocita» a la vida «artificial» de la ciudad.

Fuete: http://www.alfonsoreyes.org/ La visión de Anáhuac y otros textos PDF


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